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La historia interminable II

Lecturas recomendadas

Madame Bovary c'est pas moi!

Madame Bovary c'est pas moi!

No ha sido nunca Emma Bovary santa de mi devoción, a pesar de (o quizás por) el momento temprano en el que tuve el dudoso placer de conocerla. Y tenía que ser precisamente ella la que consiguiera que me anime a escribir; a mí, tan mal acostumbrada a que haya quienes casi se baten en duelo por la escritura de la reseña. No se tratará en este comentario, que se quiere breve y necesariamente incompleto, de desenredar los muy diversos hilos que no llegamos a tejer a lo largo de la reunión celebrada el pasado 29 de octubre, ni de añadir todavía alguno más. La intención de mi comentario será explicar, explicarme quizás, las razones de mi falta de empatía.

Madame Bovary es la historia de una mujer implacablemente castigada por la audacia de atreverse a hacer realidad sus deseos, una mujer insatisfecha con su vida que busca en el adulterio y en el materialismo consumista la salida de su infelicidad. Bovarismo es el término empleado para referirse al estado de insatisfacción crónica de una persona, producido por el contraste entre sus ilusiones y aspiraciones y la realidad que las frustra. El baile de la Vaubyessard (que nos llevó a abrir la tertulia con el análisis de un poema de Aleixandre en el que Antonio Ávila evidenció el contraste entre las convenciones sociales y su ruptura, propiciada por el frenesí del vals, con esa “desnudez cabeza abajo”) puede situar para algunos lectores el inicio del delirio de Emma, que comprueba cómo todo lo que ha leído y soñado puede ser real. (“los ojos de Emma se volvían automáticamente a este hombre de labios colgantes como a algo extraordinario y augusto. ¡Había vivido en la Corte y se había acostado con reinas!”). Desde ese momento Emma convierte en horizonte de vida un ideal en permanente conflicto con la chata realidad que la rodea, pero un ideal que se revela como algo tan inane, tan insulso, tan gris como todo lo que tan vehementemente rechaza.

¿Un Quijote con faldas? ¿Dónde está la grandeza de Emma? Su insatisfacción vital no puede explicarse solo por su condición femenina, dado que la crisis de creencias y valores que sumió en el hastío a toda una generación (que no encontró en la Ilustración las luces que iluminaran los rincones más recónditos del alma) podemos rastrearla en todos los protagonistas románticos, comenzando por el desgraciado y conmovedor Werther. Y es la voz que llama hipócrita al lector en Las Flores del Mal. Mal du siècle, lo llamó Chateaubriand, uno de los pilares del Romanticismo francés. “D’où venait donc cette insuffisance de la vie, cette pourriture instantanée des choses où elle s’appuyait?”

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El error de Emma no es aspirar a realizar su sueño, como afirma Vargas Llosa en La orgía perpetua. Ese es el error de Alonso Quijano, un error del que solo sale para morir, después de abominar de la locura sublime que había hecho de él el último héroe. Ese error lo hace grande, porque el no busca la victoria sino el enaltecimiento de su dama; no la gloria, sino la restitución de los viejos ideales de la caballería: generoso, enamorado, olvidado de sí mismo, Alonso Quijano se engrandece en cada uno de sus fracasos. Egoísta, mezquina en sus aspiraciones, olvidada de todo lo que no sea ella misma, Emma se envilece, se empobrece en la misma medida en la que sus aspiraciones al lujo y a la voluptuosidad se satisfacen.

Como hemos dicho más arriba, Emma no sufre por ser mujer. Si su proyecto de vida se revela quimérico e imposible, lo es solo en la medida en la que lo es el de cualquiera que aspira al ideal. La realidad y el deseo son irreconciliables y el choque solo puede ser doloroso. Todavía habrá que esperar medio siglo a que Freud explicara cómo la sublimación del instinto sexual es la responsable de todos los logros alcanzados por el ser humano en la esfera artística e intelectual; que toda la energía que no se despliega en el erotismo puede transformarse en fuerza creadora de índole espiritual y es la responsable de la poesía, del arte, de la cultura, de los grandes y más perdurables logros de la Humanidad. Pero hasta el más insignificante de los románticos habían buscado en el destino heroico, en la originalidad creadora, en la defensa de la dignidad humana, algunas de las posibilidades de evasión necesaria de la realidad circundante. Más tarde serán los paraísos artificiales. Emma, sin embargo, fuera del adulterio y de las compras compulsivas, apenas ensaya más solución a su spleen que la fugaz dedicación a las tareas domésticas y a esa maternidad que, ¡cómo no!, la aburre infinitamente.

Ana Ozores, nuestra Madame Bovary, bascula entre la exaltación mística y sus necesidades físicas y busca refugio en la lectura, en la escritura y en la propia complejidad de esos deseos suyos en irreconciliable contradicción. Evoluciona y madura ante nuestros ojos lectores, a pesar de la presión asfixiante del ambiente mediocre y turbio en el que se ve obligada a moverse. Y no puede ser la víctima de su autor: hasta en el rechazo último y violento del Magistral y en el beso de Celedonio, sigue habiendo grandeza en Ana. Emma, sin embargo, no encuentra consuelo ni en la música, ni en el arte, ni en las lecturas que la habían envenenado, ni en la religión, ni en la naturaleza, ni en el amor adúltero que se le revela también insuficiente: “Ocurrió con sus lecturas lo mismo que con sus labores; que, una vez comenzadas, todas iban a parar al armario; las tomaba, las dejaba, pasaba a otras”. O “Se conocían demasiado para experimentar esa sorpresa de la posesión que multiplica por cien los goces que proporciona. Ella estaba tan asqueada de él –de Léon, su segundo amante- como él cansado de ella. Emma encontraba en el adulterio todas las miserias del matrimonio.”

El ansia de novedades nos permite poner al mismo nivel las tentadoras chucherías recién llegadas de París a la tienda de Lheureux y el deseo de que todo sea nuevo siempre en el amor (Au fond de l’inconnu pour trouver du nouveau”, decía Baudelaire en Le voyage, uno de los poemas que inauguran la sensibilidad poética contemporánea). Es ese aburrimiento el que la precipita a un abismo en el que se hunde sin remisión hasta su terrible final. Pero es el aburrimiento de una niña caprichosa y egoísta, de un hermoso animalito, una bestezuela que solo busca satisfacer sus instintos. No hay nada transgresor en su desafío a las convenciones. No hay nada hermoso en sus amoríos, no porque sean adúlteros, sino porque se revelan vacuos y cobardes a pesar de toda la presunta audacia con la que ella procede.

También para sus amantes todo se desvanece. Para Rodolphe, Emma termina pareciéndose a todas las amantes y “el encanto de la novedad, cayendo poco a poco como un vestido, dejaba al desnudo la eterna monotonía de la pasión” y a Léon “ya le fastidiaba que Emma se pusiera a llorar contra su pecho sin venir a uento. Y su corazón, como les pasa a las personas que solo son capaces de aguantar una determinadad dosis de música, bostezaba indiferente ante las alharacas de un amor cuyas deliadezas ya no sabía apreciar.” La realización de los deseos implica su propia destrucción; cada vez que una pasión se hace realidad , se corrompe. Y es inevitable pensar en el demoledor Canto a Teresa de Esproceda). Ya en la primera etapa de su amor por Léon, “La presencia de su persona turbaba la voluptuosidad de aquella meditación. Emma palpitaba al ruido de sus pasos; después, en su presencia, la emoción decaía y luego no le quedaba más que un inmenso estupor que terminaba en tristeza.” Se goza algo solo mientras se desea: “No quiero rosas mientras haya rosas, las quiero cuando no las pueda haber.”

Para terminar y recogiendo, aquí sí, una de las reflexiones que se hicieron en la tertulia, considero que la obra no es, ni mucho menos, una crítica a la burguesía. Flaubert es un burgués que abomina de los estamentos que su clase ha desplazado orgullosa. Emma no muere por ser adúltera, sino por no haber sabido administrar sus bienes, contener el gasto, ahorrar para el mañana como una buena burguesa. Emma es el derroche, de dinero sí, pero también de placer, de deseo, de aventura. Y ese derroche se castiga: la mesura y la contención, el trabajo y el ahorro, la familia, por supuesto son los pilares de una clase social cuyo proyecto, sin duda también fracasado, siguen sosteniendo sin embargo el edificio social.

Después de todo, puede que debiera reconsiderar mi opinión sobre Emma.

Emma Bovary: mito y literatura

Emma Bovary: mito y literatura

 

Emma, la hija de un campesino acomodado, fue internada por su padre en un convento de monjas ursulinas donde recibió una “esmerada educación”, hasta el punto de ser calificada, con despectivo sarcasmo por la primera mujer de Charles Bovary, como “Señorita de ciudad”, cuando solo es “la hija del Rouault ese…”, un simple pastor y ella la presuntuosa que tiene el descaro de “presentarse en misa los domingos vestida de seda como si fuera una condesa” [I, 2].

Pero la educación que recibe no fue tan esmerada porque las ursulinas no consiguieron convertirla en una mujer preparada para su casa, para su marido, ni para su hija. Las enseñanza de las religiosas acabaron en “la languidez mística de las pilas de agua bendita y el resplandor de los cirios”: y, en vez de “atender a la misa, miraba en el breviario las viñetas piadosas orladas de azul” [I, 6]. De las viñetas piadosas pasó a las profanas de las lecturas que, a escondidas, traías sus compañeras de clase; novelas ilustradas cuyas imágenes transportaban a un mundo aristocrático; Lamartine de quien “escuchó arpas sobre los lagos, todos los cantos de los cisnes moribundos, la caída de las hojas…” [I, 6]. Así es como se va configurando la personalidad romántica de Emma, que dejó estupefactas a las ursulinas porque comprendieron que “la señorita Rouault parecía írseles de las manos […]; se sublevaba ante los misterios de la fe y la disciplina le irritaba todavía más como algo reñido con su manera de ser” [I, 6].

Ahí, en el convento, es la ebriedad de las lecturas envenenadas por el idealismo lo que marca la primera experiencia de Emma, lo que está en la raíz de ese tedio existencial romántico que le hace despreciar el mundo campesino del que procede. Pero la aparición de Charles en su vida parece que a Emma le va a sacar de ese marasmo, porque cree estar enamorada. Sin embargo, a este, por necio y por su espíritu apocado, lo despreciará muy pronto y será consciente del error cometido: “…como la felicidad que esperaba de aquel amor no había hecho su aparición, pensó que se había equivocado” [I, 5]. El narrador adopta el punto de vista de Emma que se ensaña con la falta de atractivo de Charles y tanto la atormenta que se reaviva en ella el tedio existencial: “…la vida de ella era como una buhardilla, con tragaluz al norte y donde el hastío, araña silenciosa, tejía su tela en la penumbra por todos los rincones de su corazón” [I, 7].

De ese estado va a sacarla “un acontecimiento extraordinario” que “vino a llover sobre su vida: la invitaron a La Vaubyessard, a casa del marqués de Andervilliers” [I, 7]. Allí Emma entra en contacto con la aristocracia y el lujo, y se olvida de su vida anterior: “…a la fulgurante luz de la hora presente, su vida pasada, tan nítida hasta entonces, se difuminaba por completo, hasta el punto de poner en duda si la había vivido realmente. Ella estaba allí” [I, 64]. “Se esforzaba por mantenerse despierta para saborear por más tiempo la ilusión de aquella vida lujosa que enseguida le sería preciso abandonar” [I, 66]. Las consecuencias de la estancia en el castillo de Vaubyessard y, sobre todo, del vals que baila con el vizconde, símbolo del amor, del lujo, de París…, la van a dejar en un estado de excitación, que, en contraste con “todo cuanto la rodeaba, el campo tedioso, los pequeños burgueses estúpidos, la mediocridad de la vida…” [I, 9] alterarán su equilibrio emocional para siempre: euforia y depresión se alternaran a partir de ahora hasta su trágico desenlace: “Sentía ansias de correr mundo o de volverse al convento. Anhelaba al mismo tiempo morirse o vivir en París” [I, 9].

Terminada la primera parte, Flaubert ha dejado muy claro los derroteros por los que se encaminará la vida de Emma, pero siempre marcada por sus propias decisiones o por la voluntad de otros personajes. Ya no va a ser capaz de escapar al torbellino del amor adúltero que la separará definitivamente de Charles e incluso de su hija. Sus dos amantes encarnan aparentemente el ideal del amor al que aspira, pero este solo se manifestará, en un primer momento con Léon, con el que siente una mutua atracción, una especie de amor platónico, más juvenil que maduro, por no declarado, e interrumpido por la marcha / huida de Léon, primero a París y luego a Rouen.

Independientemente del desarrollo de las dos aventuras con todos sus detalles de felicidad y desengaño (con Rodolphe y la segunda oportunidad con Léon) y de la progresiva caída en el desenfreno, las mentiras, el despilfarro, la procacidad…, es interesante prestar atención a la distancia entre el ideal de Emma y la categoría moral de sus amantes.

Rodolphe es un donjuán de poca monta, un rico ocioso y hombre de mundo (más aldeano que de ciudad). Para entender su verdadera valía hay que recordar la falsedad de sus palabras, tanto en la estrategia de seducción como en la carta de despedida. Recordemos que el primer intento de seducción se produce durante el discurso del consejero Monsieur Lieuvain y las palabras amorosas de Rodolphe; en los dos, lo mismo: tópicos vacíos de contenido. En cuanto a la carta, mientras la escribe va intercalando sus pensamientos mezquinos. El peor de todos el relativo a la fatalidad:

“¡La sola idea de verte sufrir, Emma, no sabes de qué forma me tortura! Me tienes que olvidar. ¿Por qué te conocería? ¿Por qué serás tan hermosa? Yo no tengo la culpa de eso, no, no, Dios mío. Aquí no hay más culpable que la fatalidad.

—Eso de la fatalidad siempre impresiona mucho— se dijo.” [II, 13]

La justicia poética pone en su sitio a este donjuán de aldea, el mismo en el que se atascó siempre Charles. Si nos vamos al final de la novela, al momento en que se encuentran Rodolphe y Charles y este le dice que no le guarda rencor, Charle recurre al mismo tópico: “¡La culpa la tuvo la fatalidad!. Y a Rodolphe, que había sido el causante de aquella fatalidad, ese comentario le pareció excesivamente benévolo para venir de un hombre en una situación semejante, hasta grotesco y un poco servil” [III, 11]. Pero Rodolphe no parece acordarse ya de su carta y, al calificar tan duramente a Charles, se está calificando a sí mismo. Y lo peor, sin ser consciente de ello.

Por su parte, Léon, ya enviciado por la vida licenciosa de la ciudad va a ser tan cruel con Emma como su antecesor, acabará cansándose de Emma y la abandonará para acabar casándose con una joven, seguramente elegida por su madre. Nueva burla de la justicia poética que le iguala con Charles (su madre también eligió a quien iba a ser su primera mujer). Además, el nombre de la elegida por “la señora viuda de Dupuis” para “su hijo Léon, notario de Yvetot,” será “Mademoiselle Leocadie Leboeuf” [II, 11]. Su apellido vuelve a remitir a Charles Bovary (“charbovary”, carro de bueyes, es como logra identificarse cuando entra en la escuela).

Después de ser traicionada por sus amantes, cargada de deudas por el lujo que ha derrochado con ellos y acorralada por los usureros y la justicia, Emma se rebaja y se arrastra buscando quien le saque del atolladero económico. Nadie la socorre, ni los que la han amado, ni los que la podían ayudar por tener dinero. Solo uno parece que puede ayudarla, el notario Monsieur Guillaumin, pero tiene que ser a cambio de arrojarse en el lodazal de este viejo libidinoso. Entonces, Emma tiene el único gesto de dignidad en el final catastrófico de su vida: “Está usted abusando de una manera indecente, señor mío, de la situación en que me veo. Soy digna de compasión, sí, pero no estoy a la venta.

Por fin se cierra el círculo que poco a poco se ha ido estrechando en torno a Emma. Los pasos han sido meticulosamente medidos por Flaubert para convertir a su protagonista en una heroína trágica que paga sus culpas no por haber transgredido las leyes humanas por respetar las divinas, como en las tragedias clásicas, o a la inversa. Aquí no hay ningún dios que castigue, son los seres humanos, sometidos por la sociedad y por sus propios errores, los que se labran su trágico destino final.

Annie Leibovitz: Romeo y Julieta

Annie Leibovitz: Romeo y Julieta

 

Los clásicos nunca terminan de hablarnos. Una de las últimas reinterpretaciones de la historia de amor por excelencia, vista a través del objetivo de la flamante galardonada con el Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades: la fotógrafa Annie Leibovitz. El reportaje fue publicado en el número de diciembre de 2008 en la edición americana de una revista de moda. Los modelos son Coco Rocha y el bailarín Roberto Bolle. Entre los diseñadores, solo Christian Lacroix es, sin duda, un maestro indiscutible.

¡Ah! Lo ideal sería contemplar las fotos mientras se disfruta de la espléndida "Danza de los caballeros" de la sublime obra para ballet de Serguei Prokofiev, pero detesto imponer a nadie qué tiene que escuchar. Podéis pincharlo aquí: http://www.goear.com/listen/8458913/danza-de-los-caballeros-sergei-prokofiev

Plan lector: Lecturas propuestas por el Departamento de Lengua y Literatura

Plan lector: Lecturas propuestas por el Departamento de Lengua y Literatura

¡Bienvenidos a un nuevo curso!

En el documento al que conduce el enlace, tenéis el listado de los libros propuestos por el Departamento de Lengua, para aquellos de vosotros que queráis empezar a leer. Los padres y las madres podéis animaros a leerlos con vuestros hijos.

De todos los libros de lectura asociados a la programación del Departamento de lengua y Literatura, y que también forman parte del Plan Lector del centro, existen ejemplares en número suficiente en la biblioteca del centro. La dotación de esta podrá ampliarse en función de las necesidades que se detecten.

Así mismo, durante el primer trimestre, se facilitará el intercambio de libros entre los miembros del alumnado en un mercadillo. Sin olvidarnos de la Feria del Libro, que celebraremos a principios de noviembre para facilitar la adquisición con descuento de los libros que necesitéis o apetezcáis. Esperamos, cómo no, vuestros comentarios y sugerencias.

http://sdrv.ms/1e9Cvx7